Nosotros

Mi nombre es Pablo Pedreros y hago vinos de las parras que planté con mi papá hace más de 30 años.

Soy campesino y viticultor. Nací en el hospital de Coelemu y mi infancia siempre estuvo ligada al campo. Desde trabajar con caballos, bueyes, arados de palo hasta sembrar las laderas con lentejas y cosechar granos.
Tengo 43 años y me gusta decir que soy del campo porque estuve seis años viviendo en la ciudad y lo pasé mal. Muy mal. Estar lejos me hizo daño y a mi regreso tuve que dedicar un buen tiempo a sanarme.
Me costó salir del hoyo en que me había metido y cuando tuve fuerzas para hacerlo decidí hacer vino. Se llamó Piedra Cura y era un vino que vendía en Concepción todos los viernes.

Fue un tiempo de búsqueda sobre qué sería mi vida y eso me llevó a un restorán de Concepción que se llamaba Flor de Calabaza donde fui a ofrecer mi vino. Ahí conocí a su dueña, Lorena Gómez, quien me habló de una amiga que se llamaba Daniela De Pablo y quise conocerla, así que fui a uno de sus talleres de alimentación saludable.

Mi nombre es Daniela De Pablo, tengo 34 años y estudié arte en Santiago.

Cuando terminé seguí estudiando en Melbourne y me quedé un año allá. Luego viajé por varios lugares que quería conocer y cuando volví a Chile empecé a hacer clases de español para extranjeros y clases de inglés para chilenos.

También hice clases de fotografía y, por motivos de salud, tomé la decisión de cambiar mi alimentación. Comencé a investigar ese mundo y me inscribí en un voluntariado con Nestor Palmetti. Renuncié a mi trabajo y me fui dos meses a realizar un détox intensivo de cuerpo y alma.

Sabía que no quería volver a la ciudad y volví a vivir a una comuna pequeña llamada Colbún. Estaba en eso cuando una amiga me pidió aplicar los conocimientos que había adquirido en el voluntariado, haciendo un taller de jugos verdes. A ese taller llegó Pablo.

Desde 2017 que vivimos juntos en Checura y esa fue la primera añada de Vinos Mingaco, con nuevo nombre y etiqueta.

Empezamos a embotellar y vender vino de manera muy incipiente y el paso del tiempo nos fue demostrando que ser parte de la naturaleza y apoyarla en su regeneración, sacando los químicos de todas las etapas de elaboración de nuestros vinos, es fundamental.

Con nuestro proceso natural de vinificación llamamos la atención de algunas personas y entramos en algunos restoranes de Santiago. Ahí hubo gente que probó nuestro vino y nos empezó a recomendar en Chile y el extranjero.
Hoy nos acompañan nuestros hijos Luan y Mayra quienes crecen en este Valle donde trabajamos y hacemos vinos de manera tradicional a partir de Moscatel de Alejandría, País y Cinsault.

Vivimos en un pequeño oasis dentro de la agricultura familiar – campesina local, entre cerros cubiertos de viejas parras de rulo en cabeza, donde la vid dialoga con los pocos árboles nativos remanentes. Aquí practicamos la agricultura regenerativa desde el 2010, y desde el 2017 las labores se realizan según el calendario agrícola-astronómico de apoyo a las prácticas biodinámicas.

Con esa visión de vida, hemos logrado destacar en el mundo del vino chileno, exportando e inspirando a consumidores nacionales e internacionales.